Los barrotes le hacían recapacitar sobre todo lo ocurrido, y le recordaban la cruda realidad que vivía y a la que le habían traído sus decisiones. Estaba arrepentido, pero ya de nada servía. Podía cansarse y gritar a un cielo sordo, a una soledad efímera, a una vida con un final escrito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario